¡Pobre Federico! Lo asesinaron como a un perro, pero después de muerto le mataron la risa
[...] Lorca suena tan flamenco porque nos lo han contado trágico, doliente, quejumbroso. Y a fuerza de hacer del dolor un ejercicio sonoro, olvidaron su compás y su alegría. Pero ¿quién ha dicho que Federico es solo tragedia lorquiana? ¿Quién piensa que no sabía del naturalismo de lo popular, de la inspiración de la risa? Mala suerte tuvo el jolgorio lorquiano, porque la algazara viene sola y a compás. Es más comprensible que la tragedia, pero menos lírica. Por eso hay quien la vio humillante, frente al retrato del llanto, la oscuridad y el viento, del dolor gitano y los navajazos y la sangre, y el luto y la tumba, y el vino y la pasión arrebatada. Así que del Federico flamenco nos quedó apenas el patetismo del amor y de la muerte, de los sonidos negros y la leyenda. Un monopolio interpretativo: Lorca como “poeta para herir”.
Y yo digo ahora: le debemos a Federico aprender a leerlo —más—, a vivirlo —mucho más— y a contarlo con el gozo animoso de las tardes de verano, de "chimpún", verbena y "trocotró". El verdadero homenaje flamenco a su poesía no puede quedarse en la versión fácil del espíritu, sin contar con la tierra. La parte difícil (parece) es contar al Federico flamenco, fino oído, ritmo, soniquete, sinestesia del brillo de la música desde la alegría. [...]
Quiero ver a un Federico sonriente entre los flamencos, dispuesto a una chispita de cachondeo, disfrutón y "metío" en la fiesta, animado al piano y la guitarra, sublimando el dolor para reír, reír… Y ese que yo prefiero no está en los teatros, qué sinrazón. Aunque apenas se las pegara gordas con los gitanos que glosó (¡ay, esa madrugada en Pino Montano con Manuel Torre!), Federico sabía que bailaban y cantaban también para desternillarse, para la broma y la chanza, para “lo grotesco” que nadie quería ver, pero él veía. Los gitanos trogloditas aprovechaban el sablazo a los guiris, visitantes concertados para reinventarlos como “raza-primitiva-emergida-del-sustrato-imponderable-de-la-caverna” y blablablá, pero después hacían para ellos mismos sus fandangos chillones, y bailaban los tangos de los merengazos. Esos que alcanzó a grabar para el cinematógrafo la directora francesa Alice Guy, siendo Federico un niño chico. El niño con el que se encontró toda su vida. El niño que todos seguimos siendo.
La fascinación de Lorca es su poesía, que nos acuchilla con el drama. Mas su vida luminosa y vibrante, transparente y generosa, el rescate de sus canciones populares, sencillas y sentimentales, forman también parte del hechizo y la verdad de Federico.
Solo si sabemos desnudarlo así vivirá eternamente, y nosotros con él. Porque en su yo existencial está escondido el héroe de la risa. Aquel que no le dejaron seguir siendo.
Cristina Cruces-Roldán (Sevilla, 1965), profesora titular de Antropología Social de la Universidad de Sevilla.
(Adaptado)
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