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Descripción de la tarea

Introducción

La realización de esta tarea no solo te permitirá consolidar tus conocimientos sobre la novela y el teatro anteriores a 1936, sino que también te dará la posibilidad de reflexionar sobre el rol que desempeñaba la mujer en la época correspondiente al periodo literario estudiado.

A continuación, te proponemos una primera actividad cuya finalidad es el desarrollo de tu capacidad de analizar y comentar textos literarios vinculados a la novela y al teatro anterior a 1936; y otra donde estudiaremos el léxico español y los mecanismos de formación de palabras tomando como ejemplos palabras de los mismos textos.

Desarrollo de la tarea

Actividad 1

Lee los siguientes fragmentos pertenecientes a obras de la primera mitad del siglo XX e indica el género literario y el movimiento o corriente al que pertenecen, explicando, en cada caso, tres rasgos (formales o de contenido) característicos del movimiento señalado o del autor en cuestión. Debes argumentar todas tus respuestas mediante explicaciones y ejemplos tomados de los propios textos. Recuerda que, al tratarse de una actividad eminentemente práctica, la copia indiscriminada de contenidos de diversas fuentes carece de sentido.

TEXTO 1

Cuando salió Augusto de su entrevista con Paparrigópulos íbase diciendo: «De modo que tengo que renunciar a una de las dos o buscar una tercera. Aunque para esto del estudio psicológico bien me puede servir de tercer término, de término puramente ideal de comparación, Liduvina. Tengo, pues, tres: Eugenia, que me habla a la imaginación, a la cabeza; Rosario, que me habla al cora

zón, y Liduvina, mi cocinera, que me habla al estómago. Y cabeza, corazón y estómago son las tres facultades del alma que otros llaman inteligencia, sentimiento y voluntad. Se piensa con la cabeza, se siente con el corazón y se quiere con el estómago. ¡Esto es evidente! Y ahora...»

«Ahora –prosiguió pensando–, ¡una idea luminosa, luminosísima! Voy a fingir que quiero pretender de nuevo a Eugenia, voy a solicitarla de nuevo, a ver si me admite de novio, de futuro marido, claro que no más que para probarla, como un experimento psicológico y seguro como estoy de que ella me rechazará... ¡pues no faltaba más! Tiene que rechazarme. Después de lo pasado, después de lo que en nuestra última entrevista me dijo, no es posible ya que me admita. Es una mujer de palabra, creo. Mas... ¿es que las mujeres tienen palabra?, ¿es que la mujer, la Mujer, así, con letra mayúscula, la única, la que se reparte entre millones de cuerpos femeninos y más o menos hermosos –más bien más que menos– ; es que la Mujer está obligada a guardar su palabra? Eso de guardar su palabra, ¿no es acaso masculino? Pero ¡no, no! Eugenia no puede admitirme; no me quiere. No me quiere y aceptó ya mi dádiva. Y si aceptó mi dádiva y la disfruta, ¿para qué va a quererme?»

«Pero... ¿y si, volviéndose atrás de lo que me dijo –pensó luego–, me dice que sí y me acepta como novio, como futuro marido? Porque hay que ponerse en todo. ¿Y si me acepta?, digo. ¡Me fastidia! ¡Me pesca con mi propio anzuelo! ¡Eso sí que sería el pescador pescado! Pero ¡no, no!, ¡no puede ser! ¿Y si es? ¡Ah! entonces no queda sino resignarse. ¿Resignarse? Sí, resignarse. Hay que saber resignarse a la buena fortuna. Y acaso la resignación a la dicha es la ciencia más difícil. ¿No nos dice Píndaro que las desgracias todas de Tántalo le provinieron de no haber podido digerir su felicidad? ¡Hay que digerir la felicidad! Y si Eugenia me dice que sí, si me acepta, entonces... ¡venció la psicología! ¡Viva la psicología! Pero ¡no, no, no! No me aceptará, no puede aceptarme, aunque sólo sea por salirse con la suya. Una mujer como Eugenia no da su brazo a torcer; la Mujer, cuando se pone frente al Hombre a ver cuál es de más tesón y constancia en sus propósitos, es capaz de todo. ¡No, no me aceptará!»

–Rosarito le espera.

Con tres palabras, preñadas de sentimientos, interrumpió Liduvina el curso de las reflexiones de su amo.

Miguel de Unamuno, Niebla.

TEXTO 2

FLORENCIO. Para cantar de amor, lo primero que se necesita es el objeto amado: la mujer. ¿Y dónde están las mujeres españolas? ¿Quiere usted decírmelo?

En ese momento, Pureza, la hija de Trinidad, que bien vale un viaje a la ciudad de la Giralda, cruza de la portería hacia el fondo, por donde se aleja. Se diría que la casualidad quiere ponerle un comentario mudo a las palabras de Florencio.

PADRE DOMINGO. ¡Me deja usté con la boca abierta!

FLORENCIO. Entiéndame usted, que es discreto, si bien un tanto socarrón. Los españoles tenemos la hembra o la esclava: pero la amante, ¿dónde está?

PADRE DOMINGO. Yo, por mí…, de eso sí que estoy rapao a navaja.

FLORENCIO. Nuestra mujer es demasiado lógica en el amor; no arde más que a la llamarada de los celos; es instintiva, fisiológica, vulgar; nuestro diálogo con ella es siempre un monólogo… Carece esencialmente… Voy a decirlo en una frase mía que ha tenido fortuna: carece esencialmente de capacidad íntima para el espasmo espiritual… En este sentido niego que haya mujeres en España.

PADRE DOMINGO. Acaso.

FLORENCIO. Yo, como llevo en el alma una llaga incurable, y he sentido sobre mi sien el frío del cañón de una “browning”, por causa todo de una mujer bella que no sabía amar…

PADRE DOMINGO. ¡Qué locura, señor don Florencio! No hay hermosura que merezca…

PEPICHI. Ésta zí. Ésta justifica cuarquier disparate.

PADRE DOMINGO. (Atando cabos.) Pero ¿tú la conoces?

PEPICHI. La conozco. Este hombre todavía la busca y la zigue.

FLORENCIO. ¡Ay! ¿Cómo no, si a pesar mío ella tiene el timón de mi nave? Es muy hermosa. ¡Cuánto hablan sus cabellos rubios de un mentido fuego!... Pero, en fin, estas son páginas íntimas de mi vida… A veces suben en palabras a los labios como al rostro el rubor: sin poder impedirlo. […] No quiero aburrirlo a usté con mi charla un poco extravagante.

PADRE DOMINGO. No, no me aburre; lo escucho con gran curiosidá…

FLORENCIO. De todos modos. Además, me pongo a verborrear y se me olvida que me aguardan.

PADRE DOMINGO. Eso es otra cosa.

FLORENCIO. Adiós, padre.

PADRE DOMINGO. Adiós, cabayero.

FLORENCIO. Beso la mano que levanta la Hostia. (El padre lo miro perplejo y no sabe qué contestarle.) Hasta luego, Pepichi […].

Pepichi, deslumbrado, acompaña a Florencio a la puerta y lo contempla desde ella cuando se va. Luego, acercándose a su tío, le pregunta:

PEPICHI. ¿Qué te ha parecido el individuo?

PADRE DOMINGO. ¿El individuo? Que, como se suele desí, si lo dejan hablá, no lo ahorcan.

PEPICHI. ¡Tiene mucho talento!

PADRE DOMINGO. A creerlo a él…

PEPICHI. ¡Ah! ¿No tiene talento?

PADRE DOMINGO. ¡Mucho! To er que les quita a los demás.

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, La calumniada.

TEXTO 3

Madre: Con tu mujer procura estar cariñoso, y si la notas infautada o arisca, hazle una caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas.

Novio: Yo siempre haré lo que usted mande.

Padre: (Entrando) ¿Y mi hija? […]

(Entra la mujer de Leonardo.)

Mujer: ¡Han huido! ¡Han huido! Ella y Leonardo. En el caballo. Van abrazados, como una exhalación.

Padre: ¡No es verdad! ¡Mi hija. no!

Madre: ¡Tu hija, sí! Planta de mala madre, y él, él también, él. Pero ¡ya es la mujer de mi hijo!

Novio: (Entrando) ¡Vamos detrás! ¿Quién tiene un caballo?

Madre: ¿Quién tiene un caballo ahora mismo, quién tiene un caballo? Que le daré todo lo que tengo, mis ojos y hasta mi lengua... […]

(Por la claridad de la izquierda aparece la Luna. La Luna es un leñador joven, con la cara blanca. La escena adquiere un vivo resplandor azul.)

Luna:

Cisne redondo en el río,

ojo de las catedrales,

alba fingida en las hojas

soy; ¡no podrán escaparse!

¿Quién se oculta? ¿Quién solloza

por la maleza del valle?

La luna deja un cuchillo

abandonado en el aire,

que siendo acecho de plomo

quiere ser dolor de sangre […].

(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

Mendiga:

Esa luna se va, y ellos se acercan.

De aquí no pasan. El rumor del río

apagará con el rumor de troncos

el desgarrado vuelo de los gritos.

Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada […].

Leonardo:

Silencio. Que no nos sientan.

Tú delante. ¡Vamos, digo!

(Vacila la novia)

Novia: ¡Los dos juntos!

Leonardo: (Abrazándola)

¡Como quieras!

Si nos separan, será

porque esté muerto.

Novia:

Y yo muerta.

(Salen abrazados. Aparece la luna muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se oyen dos largos gritos desgarrados y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la mendiga y queda de espaldas. Abre el manto y queda en el centro, como un gran pájaro de alas inmensas. La luna se detiene. El telón baja en medio de un silencio absoluto.)

Telón

Federico García Lorca, Bodas de sangre.

Actividad 2

En esta segunda actividad vamos a trabajar el léxico castellano a partir de palabras extraídas de los textos anteriores. 

2.1. Investiga el origen etimológico de la palabra mujer. ¿Cómo se denomina este tipo de palabras? Busca en los textos cinco palabras de la misma procedencia.

2.2. Indica el tipo de palabra (simple, derivada, compuesta o parasintética) y analiza los componentes (lexema y morfemas gramaticales) de los siguientes términos siguiendo los ejemplos:  

 Palabra

 Tipo de palabra

 Análisis de sus componentes

Hija

Simple

 Palabra formada por un lexema "hij" y un morfema flexivo de género "-a".

Maleza

Derivada  Palabra formada por un lexema "mal" y un morfema derivativo o sufijo "-eza".

Verdeoscuros

Río

Incurable

Inmensas

Leñador 

Salió

Extravagante