Jacinto Benavente (1866-1954) constituye uno de los fenómenos humano-literarios más representativos de todo este periodo, como ya se apuntó en capítulos anteriores. En 1892, año en que subió a los escenarios Realidad de Pérez Galdós, Benavente estrena Teatro fantástico, iniciando una carrera que llegará hasta mediado el siglo XX. Don Jacinto adopta una actitud renovadora con respecto a lo que se escribe en España. El nido ajeno (1894) surge como crítica de la sociedad de ese momento y, para ello, abandona de forma casi definitiva los recursos poéticos, escogiendo los diálogos como procedimiento mucho más apto para intentar un cierto realismo escénico.
Pero el nuevo planteamiento no debe llevar a engaño; Benavente será el cronista dramático de una sociedad a la que complace de modo entusiasta. Sus vicios, que el autor presenta solo hasta un límite de tolerancia y buen gusto razonables, serán la materia dramática sobre la que se articula la acción. Por ello, nunca habrá situaciones comprometidas. La sátira o el elogio no caerán en extremismo alguno. Este afán por ser cronista de esa sociedad que lo admira, le lleva a no abandonarla por el trasfondo argumental, pero sí en cuanto a los escenarios en que la trama ha de ser ambientada. Conocedor del mundo contemporáneo, sus argumentos surgirán en todos los estratos sociales del momento.
El mundo cosmopolita de la Europa de la Costa Azul y los ambientes exquisitos no presentan obstáculo alguno para situar la acción. Pero tampoco lo tendrán los espacios rurales, donde los campesinos acomodados se convierten en portavoces de las ideas del autor acerca de la realidad del momento. Y entre estos dos extremos, ganarán especial importancia, como escenarios, los salones urbanos y los interiores de Moraleda, la ciudad imaginaria creada por Jacinto Benavente. Gente conocida (1896), La noche del sábado (1903), La gobernadora (1901), Señora ama (1908) y La malquerida (1913) muestran escenarios relacionados con estos mundos.
En su amplia producción aparece una obra que dignifica de forma especial su teatro y que supera todo riesgo de localismo provinciano. Se trata de Los intereses creados (1907), articulada con los procedimientos de la commedia dell'arte, género de gran éxito en el teatro europeo de ese momento. El aprovechamiento dramático que el autor hace de esta vieja técnica demuestra cómo es buen conocedor de los descubrimientos artísticos de todas las épocas, que utiliza, sin embargo, solo cuando lo considera oportuno. Los dos personajes centrales de Los intereses creados, que parecen en principio la encarnación de las parejas del teatro clásico español, desbordan cualquier clasificación. La ambientación espacio-temporal es difícil de identificar así como las relaciones de caballero y criado que se establecen entre ellos, poco fieles a la estructura clásica.
Esta universalidad artística se intensifica cuando se comprueba cómo un género menor, el guiñol y las marionetas, sirve de soporte a la actuación de los personajes, que alcanzan así valor de símbolo.