Retroalimentación
Fue un escritor muy precoz y escribió libros significativos entre 1905 y 1910: es una etapa que todavía tiene influencias del modernismo radical donde, sin embargo, ya va buscando su propio camino hacia la subversión vanguardista entre lecturas contradictorias, profesiones de fe anarquistas y un talante nietzscheano muy personal. Los subtítulos de sus libros de entonces son reveladores: Morbideces se subtitula Vivisección espiritual; El libro mudo se apostilla como Secretos. Son volúmenes de aforismos que responden perfectamente al lema que campea en la portada de El concepto de la nueva literatura (1910): ¡Cumplamos todas nuestras insurrecciones!
Las insurrecciones de Ramón (el escritor tendía a usar su nombre de pila como distintivo y publicó un libro titulado Ramonismo, 1923) no tienen nada que ver con lo político y, al revés que la mayoría de sus coetáneos, casi no toca el tema de España. Su insurrección es literaria y de ella forma parte una singular proyección personal; le gustó dar conferencias extravagantes en lugares insólitos, llamó la atención por su excentricidad, organizó en el café de Pombo, desde 1915, una tertulia literaria que fue la más original y pintoresca de Madrid... A menudo, todas esas circunstancias han perjudicado su valoración como escritor y se le ha visto como un inventor de ocurrencias que reflejó la espuma jocosa de su tiempo y nunca preocupaciones más profundas. Pocos escritores, sin embargo, han hablado tan frecuentemente de la soledad radical del profesional de la pluma y pocos se han entregado tan fervorosamente a la elaboración literaria de su mundo personal.
Ramón Gómez de la Serna cultivó casi todos los géneros (novela, cuento, teatro, biografías y retratos...) pero, sobre todo, le gustaban los libros misceláneos, hechos de fragmentos cortos y cuya unidad estriba más en la personalidad del escritor que en el tema. Esa preferencia de su imaginación por lo instantáneo, lo intuitivo y necesariamente breve, le llevó a la invención de la greguería, verdadera médula de su estilo de escritor, de la cual ya se ha comentado en el tema anterior.
En cuanto a su obra narrativa, centra su temática en la falsedad de las cosas: son novelas que buscan reflejar caracteres imaginarios más conocidos por la fantasía que por la experiencia. Así sucede en obras como El Gran Hotel (1922), sobre el turismo en Suiza, o Cinelandia (1923), sobre la vida de Hollywood. Pero el título más explícito es el de Seis falsas novelas (1926), que contiene sendas narraciones: rusa, tártara, alemana, negra, norteamericana y china.
El erotismo es otro tema obsesivo que, en el autor, tiene estrecha relación con la muerte y un fuerte tono fetichista. Quizá su obra más reveladora al respecto sea Senos (1917), complejo libro que, pese a su tema, está muy lejos de la pornografía, o La Nardo (1930) a la que pertenece el fragmento anterior.
Otras novelas que se vertebran en torno a lo erótico son La viuda blanca y negra (1917), La mujer de ámbar (1927) y ¡Rebeca! (1937).
La reflexión sobre la escritura es el otro gran tema de Gómez de la Serna y quizá el fundamental. Repetidas veces habló de la escritura como un sonambulismo (en lo que tiene de automatismo psíquico) y una comprobación en lo que tiene de indagación e invención de la realidad. Tal cosa se aprecia en un relato como El novelista (1926) y, sobre todo, en sus biografías (Azorín, Valle-Inclán, Goya, Lope de Vega, etcétera) y sus retratos de artistas que, además de ser muy sagaces (aunque nada eruditos), revelan su obsesión por los fundamentos de la creatividad.
Pero, en el fondo, Ramón habló siempre de sí mismo como ser sensible, inmaduro y apesadumbrado ante lo trascendente. No es de extrañar, por tanto, que el título, muy quevedesco, de su autobiografía sea Automoribundia (1948), y que sus mejores novelas tengan como protagonistas personajes que son reflejo de sí mismo, como El incongruente (1921) y El hombre perdido (1945).