Imagen de Tamorlán en Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons |
Algún hombre ya metido en años cuenta a gritos la broma que le gastó, va ya para el medio siglo, a Madame Pimentón.—Pero, señora, ¡pobre gato! ¡Qué mal le hacía a usted?
—La muy imbécil se creía que me la iba a dar. Sí, sí... ¡Estaba lista! La invité a unos blancos y al salir se rompió la cara contra la puerta. ¡Ja, ja! Echaba sangre como un becerro. Decía: "Oh, la, la; oh, la, la", y se marchó escupiendo las tripas. ¡Pobre desgraciada, andaba siempre bebida! ¡Bien mirado, hasta daba risa!
Algunas caras, desde las próximas mesas, lo miran casi con envidia. Son las caras de las gentes que sonreían en paz, con beatitud, en esos instantes en que, casi sin darse cuenta, llegan a no pensar en nada. La gente es cobista por estupidez y, a veces, sonríen aunque en el fondo de su alma sientan una repugnancia inmensa, una repugnancia que casi no pueden contener. Por coba se puede llegar hasta el asesinato; seguramente que ha habido más de un crimen que se haya hecho por quedar bien, por dar coba a alguien.
—A todos estos mangantes hay que tratarlos así; las personas decentes no podemos dejar que se nos suban a las barbas. ¡Ya lo decía mi padre! ¿Quieres uvas? Pues entra por uvas. ¡Ja, ja! ¡La muy zorrupia no volvió a arrimar por allí!
Corre por entre las mesas un gato gordo, reluciente; un gato lleno de salud y de bienestar; un gato orondo y presuntuoso. Se mete entre las piernas de una señora, y la señora se sobresalta.
—¡Gato del diablo! ¡Largo de aquí!
El hombre de la historia le sonríe con dulzura.
Este fragmento pertenece a La Colmena de Camilo José Cela, una novela publicada en Buenos Aires en 1951. Este ejemplar es de los que llegó al Ministerio de Información y fue enviado para su examen. Hasta 1963, gracias a la llegada al Ministerio de Fraga Iribarne, no se permitió su publicación en España. Para su época era una novela distinta, que recordaba los planos de una película costumbrista, compuesta de historias de todo tipo de gente del Madrid de los años cuarenta. Su estructura se basa en pequeñas celdas de una colmena reflejadas en fragmentos con la única conexión de personajes que van apareciendo y desapareciendo a lo largo de la obra. Todo un experimento técnico y una apuesta por la crítica social, de la que el propio autor renegaría años más tarde diciendo que "la trascendencia social de la novela es un hecho de orden natural que nada tiene que ver con la intencionalidad del escritor. El novelista debe seguir el viejo precepto stendhaliano y pasear el espejo por el camino de la vida. El novelista no tiene que intervenir en la realidad que constituye la materia de su obra, puesto que cualquier injerencia en ella puede significar una caída en la novela tendenciosa ideológica."
Pero de vuelta a la novela, ¿dónde encaja la obra de Cela dentro de la producción de los años 50?