Poco después de volver del destierro en Fuenteventura y Francia, en 1930, Unamuno escribe San Manuel Bueno, mártir, del que el propio autor confiesa en el prólogo: "Tengo la conciencia de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida cotidiana". Efectivamente, en la novela, considerada por muchos críticos literarios una de las mejores de su autor, si no la mejor, manifiesta Unamuno esas inquietudes tan propias de su vida; en este caso, concretamente: la religión, Dios, la fe...
Argumento
La novela arranca con la intervención de Ángela Carbanillo, que se dispone a contarnos la vida de Manuel en el momento en el que el obispo de la Diócesis está promoviendo su beatificación:
"Quiero dejar aquí consignado, a modo de confesión y sólo Dios sabe, que no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo de aquel varón matriarcal que llenó toda la más entrañada vida de mi alma, que fue mi verdadero padre espiritual, el padre de mi espíritu, del mío, el de Ángela Carballino."
Ángela presenta a Manuel como un santo, alabando todo lo que hace por el bien de todo el pueblo:
"Todos le queríamos, pero sobre todo los niños. ¡Qué cosas nos decía! Eran cosas, no palabras. Empezaba el pueblo a olerle la santidad; se sentía lleno y embriagado de su aroma."
"Trabajaba también manualmente, ayudando con sus brazos a ciertas labores del pueblo. En la temporada de trilla íbase a la era a trillar y aventar, y en tanto, les aleccionaba o les distraía. Sustituía a las veces a algún enfermo en su tarea. Un día del más crudo invierno se encontró con un niño, muertecito de frío, a quien su padre le enviaba a recoger una res a larga distancia, en el monte. -Mira -le dijo al niño-, vuélvete a casa, a calentarte, y dile a tu padre que yo voy a hacer el encargo."
Cierto día, vuelve al pueblo Lázaro, el hermano de Ángela, de su estancia en América, con la intención de llevarla a ella y a su madre a vivir a la ciudad. Ambas muestran su rechazo de abandonar el pueblo por diversas razones, pero, sobre todo, por dejar al bueno de D. Manuel, su párroco, situación que provoca que Lázaro monte en cólera manifestando abiertamente su anticlericalismo:
"-En esta España de calzonazos -decía- los curas manejan a las mujeres y las mujeres a los hombres..."
Poco después fallece su madre, tras lo cual Lázaro y Manuel empiezan a pasar más tiempo juntos, lo que le permite descubrir lo buen hombre que era. Tanto es así, que Lázaro se convierte y hace su primera comunión:
"Y llegó el día de su comunión, ante el pueblo todo, con el pueblo todo."
Toda esta alegría se convierte en tristeza y preocupación cuando Lázaro le cuenta a Ángela el secreto de D. Manuel: ha perdido la fe y todo lo que hace es fingir por el bien de su pueblo:
"¿Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?"
Pasa el tiempo y D. Manuel sigue ayudando y siendo testimonio de santidad ante su pueblo, mientras Ángela y Lázaro son los únicos conocedores de su secreto. Finalmente a D. Manuel le llega la hora de su muerte:
"-Y ahora -añadió-, ahora, en la hora de mi muerte, es hora de que hagáis que se me lleve en este mismo sillón, a la iglesia para despedirme allí de mi pueblo, que me espera."
Muere sin recobrar la fe, pero, paradójicamente, siendo considerado como un santo por los demás:
"El pueblo todo se fue en seguida a la casa del santo a recoger reliquias, a repartirse retazos de sus vestiduras, a llevarse lo que pudieran como reliquia y recuerdo del bendito mártir. "
Al final de la obra muere Lázaro, que desde la muerte de Manuel vivía apenado y triste, y Ángela acaba la obra planteándose una serie de interrogantes existenciales:
"¿Y yo, creo?"
"¿Es que sé algo?, ¿es que creo algo?"
"¿Qué es eso de creer?"
Personajes
- Ángela Carbanillo: es quien cuenta la historia de San Manuel, quizá a modo de "evangelio", teniendo en cuenta que, etimológicamente, "Ángela" significa 'mensajera, enviada de Dios'. En la novela aparece como firme creyente, religiosa, asidua a la confesión con Manuel, su padre espiritual, al que lo ayuda siempre que puede. En sus intervenciones se mezclan lo objetivo (las cosas que ocurren) con lo subjetivo (cómo las vive ella). Al final esa creencia del principio se tornará en inquietud: "¿Y estos, los otros, los que me rodean, creen?".
- Lázaro Carbanillo: hermano de Ángela, llega de América con ganas de sacar a su madre y a su hermana del pueblo. Con ideas:
- Progresistas: "Y Lázaro, acaso para distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo así como un sindicato católico agrario."
- Contra la Iglesia: "los curas manejan a las mujeres y las mujeres...".
Durante la novela, su actitud será de cambio, de conversión, y curiosamente, será a él a quien Manuel le confiese su secreto. También su nombre presenta gran carga simbólica: "Lázaro" es el amigo de Jesús al que resucita; en la novela, por su parte, Lázaro "resucitará" espiritualmente para convertirse al cristianismo.
"-Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado -me decía-. Él me dio fe."
- Manuel Bueno: es el personaje central de la novela. Sacerdote de un pequeño pueblo en el que es idolatrado por todos por sus homilías y por cómo está siempre ayudando a todo el mundo con el que se encuentra: mujeres, hombres y niños. En un guiño a Cervantes, Unamuno lo apellida "Bueno", como Alonso Quijano "el bueno" (D. Quijote).
En el pueblo lo ven como un santo, como al mismo Cristo hecho hombre. Su propio nombre, "Manuel", significa 'Dios con nosotros' (Enmanuel):
" Y cuando en el sermón de Viernes Santo clamaba aquello de: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», pasaba por el pueblo todo un temblor hondo como por sobre las aguas del lago en días de cierzo de hostigo. Y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo, como si la voz brotara de aquel viejo crucifijo a cuyos pies tantas generaciones de madres habían depositado sus congojas. Como que una vez, al oírlo su madre, la de Don Manuel, no pudo contenerse, y desde el suelo del templo, en que se sentaba, gritó: «¡Hijo mío!»".
En la novela es un santo para todos, pero él guarda un secreto, en lo más íntimo de su ser, que curiosamente revelará al que en un principio estaba más alejado del cristianismo: ha perdido la fe. En él se encarna perfectamente la paradoja unamuniana, esa dualidad entre la creencia y la incredulidad, esa preocupación existencial tan propia de la época, ese constante buscar y no encontrar.
Pese a todo, y por el bien de su pueblo, él sigue aparentando que todo va bien, y lo consigue, pues todos en el pueblo lo veneran como un santo. Finalmente muere, sin haber recuperado la fe pero con la admiración de todos, que incluso quieren conservar sus cosas como reliquias:
"El pueblo todo se fue en seguida a la casa del santo a recoger reliquias, a repartirse retazos de sus vestiduras, a llevarse lo que pudieran como reliquia y recuerdo del bendito mártir. "
"Nadie en el pueblo quiso creer en la muerte de don Manuel; todos esperaban verle a diario, y acaso le veían, pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto."
Interpretación
En la novela se plantean claramente los temas predilectos de Unamuno, sus obsesiones: la fe, la muerte, la contradicción... Unamuno prefiere, antes que la verdad, crear una ilusión, vivir en la apariencia:
"Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella»".
En cierta ocasión incluso insta a Lázaro a que no se preocupe por temas sociales:
"¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ya ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que todo sea de todos, ¿y qué? ¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio a la vida? Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio... Opio... Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe. "
Por otro lado, Manuel vive al servicio de su pueblo, al que le dedica todo su tiempo; el hombre sin fe es ejemplo de caridad cristiana:
"Iba también a menudo a la escuela a ayudar al maestro, a enseñar con él, y no sólo el catecismo"
"Solía hacer también las pelotas para que jugaran los mozos y no pocos juguetes para los niños."
Al final de la obra Unamuno aparece en un epílogo para dejar abiertos todos los interrogantes de la novela: la lucha por la fe, la salvación, la muerte..., en otra paradoja del autor:
"¿Sé yo si aquel Augusto Pérez, el de mi novela Niebla, no tenía razón al pretender ser más real, más objetivo que yo mismo, que creía haberle inventado? De la realidad de este san Manuel Bueno, mártir, tal como me la ha revelado su discípula e hija espiritual Angela Carballino, de esta realidad no se me ocurre dudar. Creo en ella más que creía el mismo santo; creo en ella más que creo en mi propia realidad."