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5.2.1. El español de América y otras variedades de nuestra lengua en el mundo

Mapa de sudamérica
Imagen de jarmoluk en Pixabay. Licencia CC0 dominio público

Cuando viajamos a algún país iberoamericano pensamos que en ningún momento en que la lengua pueda llegar a suponer algún obstáculo. Al fin y al cabo es también español. Nos parece que única diferencia, o al menos la más significativa, era la entonación. A todos nosotros nos llama poderosamente la atención la cadencia que adquiere al hablar un venezolano, muy distinta a la de un argentino o un colombiano, y mucho más, evidentemente, a la nuestra. Pero también es cierto que, dentro de nuestro propio país, existen diferentes entonaciones: la de un canario frente a un madrileño, o un catalán frente a un extremeño, por ejemplo.

Efectivamente, la comunicación allí resulta fácil y fluida. Sin embargo, además de las peculiaridades de entonación, existe también un vocabulario específico: los americanismos; es decir, voces que usan los hispanohablantes y que son una clara expresión de su propia idiosincrasia. Ahí podemos localizar diferentes aportaciones de los dialectos y lenguas aborígenes que constituyen la principal diferencia con respecto al español de la Península.

Por esta razón hablamos de "español de América", aunque no debemos olvidar que la forma de hablar de allí no es única, sino que existen variedades que no impiden la comunicación. Es cierto que el distinto vocabulario puede conducir a situaciones unas veces difíciles y otras divertidas (veremos algunos ejemplos en este tema). Pero, como afirma Gregorio Salvador, lo extraordinario del castellano es que si juntamos a campesinos de zonas muy diferentes de América y de España, no tendrán problemas para hablar entre sí. ¿Tendrán que consultarse entre ellos algunas acepciones de determinados términos? Probablemente; pero acabarán entendiéndose a la perfección. Y esto es algo que todos los hispanohablantes debemos apreciar. ¿Somos diferentes? Evidentemente. Pero, ¿nos separa un mismo idioma? En absoluto.