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6.3.3. El Romanticismo en España

Mientras seguía catalogando los libros que nuestro aristócrata nos había legado, la sensación de tener que explicar mis actos ante alguien que me observaba era cada vez más fuerte. Seguí la línea que me marcaban los nervios alineados de los libros de la tercera balda a la derecha de la puerta. Me llamó la atención porque, frente al desorden general de la habitación, aquella era la única oportunidad de ver cierta disciplina entre los volúmenes encuadernados. Casi al final, encontré un volumen del Quijote, en francés, con las ilustraciones de Doré. Sonreí. En mi casa había otro igual.
El ruido de una puerta al fondo del pasillo me despertó del ensimismamiento. Las corrientes de aire a veces parecen cobrar cuerpo y hacen de las suyas en nuestro cerebro. Llevé la vista donde el ruido. Y allí lo vi. Era la página 231 de algún libro y contenía un poema titulado "El día de otoño". Estaba medio metida en un sobre sin dirección, parecía que algo o alguien había interrumpido el acto epistolar, pues al poema acompañaba una hoja de carta con palabras manuscritas ilegibles, como de un pulso tembloroso. También encontré una barra de lacre, de esas que se utilizan para sellar las misivas. Todo dispuesto para ser enviado. ¿A quién?

Leí el poema. La única pista servible de todo aquel material encontrado.

Imagen de  Caspar David Friedrich en Wikimedia Commons bajo Dominio público 

Ya, ya aumentando la nocturna sombra
Abrevia el sol el término del día;
Ya extiende el viento la movible alfombra
Al turbio otoño que la tierra enfría.
Triste al alma mía.
Inspira el mundo ya. Tristeza al alma
Que respondiendo el estertor del mundo
Voz en este profundo
Silencio busca y vida en esta calma:
Al alma que en sí misma se repliega,
Que está del mundo en la tristeza triste,
Y a su dolor y soledad se entrega,
Y a sentirse penar dura y existe.

Abajo, en letra manuscrita aparecía: Poesías. Madrid, Impr. de M. Rivadeneyra, 1872.

¿Qué significaba aquello? ¿De dónde procedía este texto?

Busqué entre sus libros. Tomé de la estantería varios volúmenes de poesía. Pero todos tenían la página 231 intacta. Me senté, desesperado, en su sillón de lectura. Un libro sobre el suelo, como un desecho de una tarea cumplida. Lo levanté: Poesías de Tassara. Madrid. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, calle Duque de Osuna, número 3. 1872. Allí estaba. Su página 231 se encontraba sobre mis faldas.

Una sospecha me vino a la cabeza. El suicidio. Y de ser así, ¿por qué y, lo que era más importante, dónde estaba el cadáver?

Evidentemente si se trataba de esto, autores y textos españoles no le faltaban para inspirarse. Aquí el Romanticismo tuvo gran trascendencia. No en balde se decía que España era un país romántico.

¿Sabías que...?

En Irlanda, durante los últimos años del siglo XIX, a los suicidas les era atravesado el corazón con una estaca de madera y luego eran enterrados en un suelo sin consagrar. De ahí sacó la idea Bram Stoker para su libro Drácula.

Actividad 1

Señala si estas afirmaciones son verdaderas o falsas:

b. El Romanticismo en España es un movimiento tardío.
b. El movimiento romántico en España continúa con los preceptos del Neoclasicismo.
c. El movimiento penetra por Andalucía y Cataluña.
d. La llegada de Fernando VII al poder favorece la estética romántica.
e. Los ambientes nocturnos y misteriosos forman parte de los temas románticos.