Que nuestro idioma está vivo es algo evidente. Basta que eches una ojeada a la historia de los diccionarios de la Academia para darte cuenta de cómo algunas de las dificultades gráficas que puedes encontrar en los textos medievales fueron subsanadas (o al menos recogidas) por los académicos de la lengua.
Así, por ejemplo, en la cuarta edición del DRAE, ya en 1803 se fija el uso de los dígrafos "ch" y "ll" como letras, que forman parte de la ordenación alfabética. Dicha decisión es cambiada en 1994 (X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española), pasando los dos dígrafos a ordenarse dentro de la "c" y de la "l" respectivamente.
También se cambia en 1803 la "x" por la "j" cuando su pronunciación corresponde al sonido consonántico, oclusivo, velar, sordo, y se elimina el acento circunflejo "^".