La tragedia neoclásica
¿Cómo se puede rentabilizar la numerosa afluencia de público a los teatros? Los ilustrados, actuando con clarividencia, lograron convertir el género dramático en un medio fundamental para la educación de las clases más bajas y dotaron a los textos de un marcado carácter político acorde con sus intereses. De esta manera, la evolución teatral comienza a alcanzar una ansiada velocidad de crucero, lo que permitirá acondicionar los teatros para impulsar mejoras en las condiciones para la representación de las obras. Así, el modelo que sirvió de ejemplo fue el neoclásico, por lo que se adoptaron las formas impulsadas por el Despotismo Ilustrado, por lo que la razón y la dimensión social serían fundamentales en su desarrollo.
Una vez establecida la hoja de ruta para hacer del dramático un género renovado, la tragedia neoclásica se convirtió en uno de los estilos más representativos. La producción teatral italiana y francesa sirvió como modelo para acercar las representaciones a públicos de muy diverso perfil, pues a los espectáculos asistían espectadores pertenecientes a las diferentes clases sociales. Las características de este estilo son las siguientes:
- Los personajes de las obras tienen el don de la ejemplaridad.
- Las pruebas a las que se ven sometidos son retos titánicos y siempre salen victoriosos en sus hazañas.
- La nobleza y el patriotismo se valoran por encima de todo.
- La lucha por la libertad ocupa el tema central de la obra, lo que va en consonancia con las ideas ilustradas.
- El antihéroe suele ser extranjero y carece de las virtudes del héroe de la obra.
A finales del siglo XVIII se constata una evolución en la temática de la tragedia neoclásica ya que los planteamientos ideológicos están más asentados. Por lo tanto, las obras con argumentos de carácter sentimental serán cada vez más frecuentes.
Algunas de las obras más relevantes de este periodo son las siguientes:
- Hormesinda (1770), de Nicolás Fernández de Moratín.
- Sancho García (1771), de José Cadalso.
- Raquel (1772), de Vicente García de la Huerta.
- La condesa de Castilla (1803), de Álvarez Cienfuegos.