Imagen de Turner en Wikimedia Commons bajo Dominio público |
[...] ¿Por qué extraña fatalidad ha de anhelar el hombre siempre lo que no tiene? Preguntémosle a un joven barbilucio qué desea. «¿Cuándo tendré barbas?», exclama en su interior. Nácenle las barbas, y hele allí maldiciendo ya del barbero y de la navaja. «¿Cuándo hallaré en mi Filis correspondencia?», le grita en el fondo de su corazón un deseo innato de amar y de ser amado. Ya oyó el sí. ¡Gozó el bien que deseaba! Y ya maldice del amor y sus espinas. ¿Le prefiere Laura? Pues todo su deseo se cifra en conquistar a Amira que le desprecia. ¿De qué nace esta sed insaciable, este deseo vividor, reemplazado por otros y otros deseos que rápidamente se suceden, sin encontrar jamás sino imperfecta satisfacción?[...] Yo, Fígaro, soy de ello una viva prueba: no bien me había tentado el enemigo malo, y sentí los primeros pujos de escritor público, cuando dieron en írseme los ojos tras cada periódico que veía, y era mi pío por mañana y noche: «¿Cuándo seré redactor de periódico?». Figurábaseme, sí, desde luego, obra de romanos el llenar y embutir con verdades luminosas las largas columnas de un papel público; pero en cambio era para mí de la mayor consideración el imaginarme a la cabeza de una sección literaria, recibiendo comunicados atentos y decorosos, viendo diariamente consignadas en indelebles caracteres de imprenta mis propias ideas y las de mis amigos, y sin más trabajo, a mi parecer, que el haber de contar y recontar al fin de mes los sonantes doblones que el público desinteresado tiene la bondad de depositar en cambio de papel en los arcones periodísticos de una empresa, luz y antorcha de la patria, y órgano de la civilización del país [...].
"Ya soy redactor", publicado en La Revista Española, Periódico Dedicado a la Reina Ntra. Sra., nº 39, 19 de marzo de 1833.