Una vez, mientras catalogaba unos viejos libros que alguien había donado a nuestra biblioteca, tropecé con un ejemplar abierto de El Pobrecito Hablador, una publicación de hacía algún tiempo, que criticaba las costumbres anticuadas del pueblo de principios de siglo. Páginas 10 en adelante. Comencé a leer. Con atención. "El Pobrecito Hablador. Revista Satírica de Costumbres. Nº 3, septiembre de 1832."
Abrapalabra 1
6.3.1. Contexto histórico y cultural
Imagen de Carl Spitzweg en Wikimedia Commons bajo Dominio público
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[...] Un diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de éstos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en sustancia una misma cosa, concluyendo cada uno a su tono y como quiera:
—Aprenda usted la lengua del país —les decía—. Coja usted la gramática.
—La parda es la que yo necesito —me interrumpió el más desembarazado, con aire zumbón y de chulo, fruta del país—: lo mismo es decir las cosas de un modo que de otro.
—Escriba usted la lengua con corrección.
—¡Monadas! ¿Qué más dará escribir vino con b que con v? ¿Si pasará por eso de ser vino?
—Cultive usted el latín.
—Yo no he de ser cura, ni tengo de decir misa.
—El griego.
—¿Para qué, si nadie me lo ha de entender?
—Dése usted a las matemáticas.
—Ya sé sumar y restar, que es todo lo que puedo necesitar para ajustar mis cuentas.
—Aprenda usted Física. Le enseñará a conocer los fenómenos de la Naturaleza.
—¿Quiere usted todavía más fenómenos que los que está uno viendo todos los días?
—Historia natural. La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas.
—¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar.
—La zoología le enseñará a conocer los animales y sus...
—¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya!
—La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los...
—Mientras no me enseñe dónde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.
—Estudie usted la geografía.
—Ande usted, que si el día de mañana tengo que hacer un viaje, dinero es lo que necesito, y no geografía; ya sabrá el postillón el camino, que ésa es su obligación, y dónde está el pueblo a donde voy.
—Lenguas.
—No estudio para intérprete: si voy al extranjero, en llevando dinero ya me entenderán, que esa es la lengua universal.
—Humanidades, bellas letras...
—¿Letras?, de cambio: todo lo demás es broma.
—Siquiera un poco de retórica y poesía.
—Sí, sí, véngame usted con coplas; ¡para retórica estoy yo! Y si por las comedias lo dice usted, yo no las tengo de hacer: traduciditas del francés me las han de dar en el teatro.
—La historia.
—Demasiadas historias tengo yo en la cabeza.
—Sabrá usted lo que han hecho los hombres...
—¡Calle usted por Dios! ¿Quién le ha dicho a usted que cuentan las historias una sola palabra de verdad? ¡Es bueno que no sabe uno lo que pasa en casa...!
Y por último concluyeron:
—Mire usted —dijo el uno—, déjeme usted de quebraderos de cabeza; mayorazgo soy, y el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos.
—Mire usted —dijo otro—, mi tío es general, y ya tengo una charretera a los quince años; otra vendrá con el tiempo, y algo más, sin necesidad de quemarme las cejas; para llevar el chafarote al lado y lucir la casaca no se necesita mucha ciencia.
—Mire usted —dijo el tercero—, en mi familia nadie ha estudiado, porque las gentes de la sangre azul no han de ser médicos ni abogados, ni han de trabajar como la canalla... Si me quiere usted decir que don Fulano se granjeó un gran empleo por su ciencia y su saber, ¡buen provecho! ¿Quién será él cuando ha estudiado? Yo no quiero degradarme.
—Mire usted —concluyó el último—, verdad es que yo no tengo grandes riquezas, pero tengo tal cual letra; ya he logrado meter la cabeza en rentas por empeños de mi madre; un amigo nunca me ha de faltar, ni un empleíllo de mala muerte; y para ser oficinista no es preciso ser ningún catedrático de Alcalá ni de Salamanca.[...]
Enseguida recordé el texto. Se trataba de un fragmento de un artículo de Larra, el gran periodista de nuestro tiempo, que retrataba con agudeza las costumbres trasnochadas de la sociedad. Y ¡cuánta razón tenía! Leyéndolo, el santo se me fue al cielo. Y allí, comenzó a hacerse preguntas. ¿Pero cómo es posible que la gente del primer tercio del siglo XIX pensara de la manera que nos describe el autor? ¿Qué sucedió en nuestra sociedad para que las ideas de progreso y modernidad fueran vistas poco menos que como herejías de una religión absurda y convencional?
¿Sabías que...?
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Las leyes españolas del siglo XIX eran tremendamente discriminatorias para la mujer. Cuando una mujer se casaba, su autonomía personal, laboral y económica dependía del marido. La transgresión de esta ley estaba penada con cárcel. Al hombre se le permitían las relaciones extramatrimoniales, y un asesinato en "defensa de su honor" era sancionado con el destierro por un breve periodo de tiempo, mientras que en la mujer el crimen era castigado con cadena perpetua.
No es hasta finales de siglo cuando la mujer accede al mundo universitario y profesional.
La literatura española refleja claramente las diferencias de género. Es a través de algunos textos como se empezó a tomar conciencia de esta discriminación.
Para saber más
Antes de adentrarte en el desarrollo del tema es conveniente que tengas una panorámica general del siglo XIX.
Actividad 1
Una vez consultada la información complementaria del "Para saber más", del apartado anterior y de este, completa el fragmento con las palabras que se te ofrecen.
Banco de palabras: XVIII, revolucionario, Alemania, libertad, Clasicismo, inspiración.