En busca de una voz propia
Al igual que sucedió con la novela, la poesía tuvo que luchar por hacerse un hueco entre los lectores del siglo XVIII. La Ilustración supone un contexto peculiar para el género lírico debido, principalmente, a dos razones:
- El ensayo es el estilo más importante desde el punto de vista literario; el potencial que atesora para la difusión de las ideas ilustradas es muy importante.
- La poesía no se consideraba una ocupación "seria" en plena vorágine progresista; en aquel momento se afirmaba que la literatura debía servir exclusivamente para comunicar ideas útiles y prácticas.
Además de las dificultades propias de la época social en la que se sucede, el desarrollo de la lírica tuvo que bregar con otro inconveniente: la herencia del Barroco, probablemente la producción poética española más sublime. Los poetas ilustrados sintieron el peso del pasado, lo que les llevó a imitar a los grandes maestros del Siglo de Oro. Esta circunstancia condicionó irremediablemente la producción poética dieciochesca hasta la segunda mitad del siglo XVIII.
Los escritores de la primera mitad del siglo tomaron como referencia a Góngora y Quevedo, por lo que la generación neoclásica, que es el estilo característico de la Ilustración, tardará en generalizar su propuesta. Mientras tanto, los autores líricos impregnan su arte con una marcada línea satírica, burlesca y existencial, muy apegada al Barroco, naciendo, por consiguiente, el Posbarroco español. Entre los poetas más representativos están José de León y Mansilla, cuya Soledad tercera (1718) tiene un sentido carácter gongorino, y Diego de Torres Villarroel, que escribió una serie de sonetos morales muy influenciados por la estética quevediana.