El concepto de educación inclusiva no es un mero cambio de etiquetas, ni un añadido a la lista de las que ya existen. El eje del cambio de mentalidad que solicita consiste en dejar de entender al alumnado como causante de su propia exclusión. Por el contrario, se nos pide que lo acreditemos como agente protagonista de su desarrollo personal y de los cambios deseables en el sistema educativo. 

En resumen: donde había necesidades educativas inamovibles, de carácter individual, podemos reconocer barreras interpuestas por la organización del aula y del centro, que pueden removerse.

Una persona con perspectiva sobre la historia de su escuela podrá hacer una lista de las sucesivas ampliaciones del catálogo de necesidades educativas especiales a lo largo de su vida. Lo que al principio se sintió como una conquista de derechos se ha convertido en un arsenal de etiquetas con graves consecuencias:

1) amenazan la autonomía del alumnado

y 2) rebajan nuestras expectativas sobre sus capacidades.