Capítulo 1 de Talia la brujita y el espejo
Capítulo 1: Mi clase y yo
Hola, me llamo Pedro y, además de ser el escritor de esta historia, soy maestro. Mi colegio es muy pequeño y está en un pueblecito también pequeño del levante de Almería: Bédar. Quizá os preguntéis por qué hablo tanto de mí, pero es que lo que os voy a contar transcurre en mi escuela, en mi clase de niños y niñas de cinco, seis y siete años.
Como veis, es importante para que todos sepáis dónde suceden las cosas. Cada mañana, a eso de las nueve, cuando ya estamos en clase, empezamos con la rutina diaria. En nuestro caso, al ser poquitos —cinco niñas y tres niños—, lo primero que hacemos es reunirnos como buenos amigos y contarnos unos a otros lo que hemos hecho el día de antes, las cosas que nos encantan, qué tenemos pensado hacer, cuáles son los dibujos que más nos gustan… Es decir, empezamos la mañana con alegría para que no se nos haga muy larga.
Luego, después de hablar un ratito tranquilo y descansado, empezamos a trabajar. Este año les he dicho a mis estudiantes que vamos a tener que leer mucho, porque la lectura es muy importante y cuando aprendamos a leer bien también será muy divertida. Al principio, todos me miraron con cara de pocos amigos: no tenían muy claro que leer fuera entretenido, pero me dijeron que sí, esperando que yo tuviera razón.
De todos modos, cuando uno practica la lectura, lo puede hacer de muchas maneras y una de ellas es escribir. Cuando uno escribe historias, también las lee, y si esas historias son interesantes, pues mucho mejor. Me acuerdo perfectamente de que Talia y Ana tenían una imaginación prodigiosa. Siempre estaban inventando historias de príncipes, princesas y caballeros. A Giovanni y Joshua les gustaban más los superhéroes, y a Vanesa los cuentos que contaban los demás.
Esa mañana decidí que era el momento de dar el siguiente paso: escribir en casa un cuento inventado —yo sé que eso es muy difícil, pero confié en ellos—. Estaba seguro de que a la mañana siguiente disfrutaríamos de un montón de historias maravillosas; no me equivocaba del todo. Llegó la mañana del día siguiente y con ella los cuentos que cada uno de los niños había escrito en casa. Nos dimos los buenos días; hablamos de las cosas que habíamos hecho el día anterior y, por fin, llegó el momento de leer los cuentos.
Pedí voluntarios para empezar a leer y casi todas las manos se levantaron con ganas de contarnos su cuento. La primera en leer fue Vanesa; nos contó que dos buenas amigas que eran princesas de dos reinos lejanos habían sido secuestradas por una bruja malvada. Por eso, sus dos apuestos príncipes habían ido a rescatarlas de la malvada bruja.
Después leyeron sus cuentos algunos niños más, aunque, curiosamente, las historias eran muy parecidas, solo cambiaba el nombre de los protagonistas. Ana sí que hizo algún cambio: en esta ocasión, era un brujo (que se llamaba como el maestro) el que había secuestrado a las princesas, pero por lo demás las historias eran casi iguales. Los niños, por el contrario, contaron el mismo cuento, pero muy diferente del que las niñas habían escrito. En él, ellos eran magníficos superhéroes que se enfrentaban a poderosos supervillanos para salir finalmente triunfadores.
En fin, una mañana divertida. Sin embargo, al ratito, me di cuenta de que Talia no había contado nada. Y eso era muy raro, porque Talia era una niña muy inteligente, algo traviesa, y que siempre tenía cosas que decir. Me fijé en ella y la vi triste, con su pelo rubio tapando parte de su cara y con sus ojos verdeazulados un poco asustados.
—¿Talia? —pregunté por fin—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no has leído tu cuento?
Talia levantó la cara y me miró fijamente. Parecía que no iba a decirme nada, pero al final habló.
—Es que… ayer cuando iba a escribir el cuento, me quedé dormida en mi sofá… —dudó, y me miró para ver si creía lo que me estaba diciendo—, y soñé una cosa muy, muy rara.
La miré, no pude evitar una sonrisa. Talia podía parecer muy mayor cuando se ponía tan seria. Rápidamente me puse serio yo también y la animé a que siguiera hablando.
—Me asusté mucho y no pude escribir el cuento… —dijo por fin, esperando que no la castigara—, puedo contaros lo que soñé. Fue un cuento de hadas… pero un cuento de hadas diferente.
Pedro Camacho Camacho "Talia, la brujita y el espejo"