La radiactividad es básicamente la “explosión” de un núcleo atómico, esto es, un neutrón que provoca la fisión de un átomo fisible, lo cual libera varios neutrones, que a su vez causan otras fisiones. Hay tres tipos de radiación nuclear: alfa, beta y gamma (las primeras tres letras del alfabeto griego).
Alfa: Son conjuntos de dos protones y dos neutrones, es decir, el núcleo de un átomo de helio, eyectadas del núcleo de un átomo
radiactivo. Este tipo de radiación ocurre en general en átomos de elementos muy pesados, como el uranio, el torio o el radio. Estas partículas tienden a ser muy pesadas y tienen doble carga positiva, lo que les hace interactuar con casi cualquier otra partícula con que se encuentre. Es una radiación poco penetrante -puede ser detenida por una hoja de papel- pero no es inofensiva: puede actuar en los lugares en que se deposita (por sedimentación o inhalación). 

Beta: Tienen carga negativa y masa muy pequeña, por ello reaccionan menos frecuentemente con la materia que las alfa, pero su poder de penetración es casi 100 veces mayor. Son frenadas por metros de aire, una lámina de aluminio o unos centímetros de agua.
Gamma: Las emisiones alfa y beta suelen ir asociadas con la gamma. El núcleo tiene aún exceso de energía, que es eliminado como ondas electromagnéticas de alta frecuencia y así compensa la inestabilidad que sigue a los procesos alfa y beta. Pueden atravesar cientos de metros en el aire, y son detenidas sólo por capas grandes de hormigón, plomo o agua. Aunque no hay átomos radiactivos que sean emisores gamma puros, algunos son emisores muy importantes, como el Tecnecio 99, utilizado en medicina nuclear, y el Cesio 137, que sirve para calibrar los instrumentos de medición.