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Retrato de Rubén Daría de autor desconocido en Wikimedia Commons |
"—Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán; he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escojida que debe esperar con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles, contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión, o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de púrpura. He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ánjel soberbio, o como un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal.He acariciado a la gran naturaleza, y he buscado al calor del ideal, el verso que está en el astro en el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo ajitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor.¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! el arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil.
¡Oh, la Poesía!"
El 14 de agosto de 1892 desembarcó en Santander. Yo todavía era un imberbe con pretensiones de autor dramático. Y para mí era un desconocido. Fue Violeta quien me lo presentó años después.
—Mira, tengo un libro que te va a gustar.
—¿Sí, de quién?
—Es de Rubén, Rubén Darío, un poeta nicaragüense distinto a los que tú acostumbras a leer. Échale un vistazo.
Lo confieso. Lo hice por ella, para impresionarla, para gustarle. Pero el impresionado fui yo y fue aquel libro el que me sedujo hasta enamorarme. Investigué sobre su autor, su obra y, por supuesto, sobre él: Azul.