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EN EL MEDITERRÁNEO
Daniel Hernández Chambers
—No hemos llegado hasta aquí para quedarnos en la orilla —dijo Orhan cuando vieron la frágil embarcación en la que habían sido aceptados. Había notado la palidez del rostro de Houda y el cambio en el ritmo de su respiración. Posó su mano derecha en el hombro de ella y apretó con cariño—. Lo lograremos —murmuró—. Lo lograremos, ya lo verás.
Houda tragó saliva y asintió. No tenla ánimos de decir nada, y además, no quería que sus hijos percibieran el temor en su voz. Sujetaba a Ohada y a Aras de la mano, y hacia esfuerzos por sonreír todo el tiempo.
Pero la sonrisa le temblaba, y Ghada lo había notado.
Ella, Ghada, percibía la tensión que dominaba a sus padres e intuía que a ambos les asustaba el mar, pero ella se alegraba de ponerse de nuevo en marcha y abandonar aquella ciudad ficticia hecha de plásticos, madera, cartón y sueños rotos. Las tres noches que habían pasado allí hablan sido horribles, apenas habían podido dormir por el viento gélido, el mal olor reinante y los ruidos y discusiones que parecían encadenarse unos con otros.
A los viajeros se les había asignado una embarcación y habían recibido Instrucciones para formar colas en la playa. Allí les entregaron chalecos salvavidas, Después, dependiendo de las características de cada barco, fueron llevados a bordo y se les dijo cómo y dónde debían colocarse. Previamente, a algunos de ellos se les había enseñado el manejo del motor y del timón.
Ghada se volvió hacia su padre:
—¿Cuánto tardaremos?
—No lo sé. Espero que no sea mucho,
Un rato más tarde, el motor emitió una serie de quejidos y por fin rugió con ganas. Todos miraron hacia delante, donde solo se veía el mar interminable, todos excepto Ohada, que miró en la dirección contraria, tierra adentro, allí donde quedaba lo que había conocido hasta entonces.