En 1587, cuando contaba con 26 años, Góngora (1561-1627) se autorretrató jocosamente en este romance:
[...] Cuanto a lo primero, es su señoría un bendito zote de muy buena vida, que come a las diez y cena de día, que duerme en mollido y bebe con guindas; en los años mozo, viejo en las desdichas, abierto de sienes, cerrado de encías; no es grande de cuerpo, pero bien podría de cualquier higuera alcanzaros higas; la cabeza al uso, muy bien repartida, el cogote atrás, la corona encima; la frente espaciosa, escombrada y limpia, aunque con rincones, cual plaza de villa; las cejas en arco, como ballestillas de sangrar a aquellos que con el pie firman; |
los ojos son grandes, y mayor la vista, pues conoce un gallo entre cien gallinas; la nariz es corva, tal, que bien podría servir de alquitara en una botica; la boca no es buena, pero a mediodía, le da ella más gusto que la de su ninfa; la barba, ni corta ni mucho crecida, porque así se ahorran cuellos de camisa; fue un tiempo castaña, pero ya es morcilla: volveránla penas en rucia o tordilla; los hombros y espaldas son tales, que habría, a ser él san Blas, para mil reliquias; lo demás, señoras, que el manteo cobija, parte son visiones, parte maravillas. [...] |
Es fiero poeta, |