LEEMOS Y ESCUCHAMOS
PINOCHO
Carlo Collodi
La casa de Geppetto era una habitación en la planta baja, iluminada por la escasa luz que entraba por una claraboya. El mobiliario no podía ser más sencillo: una silla tronada, una mala cama y una mesita maltrecha. En la pared de atrás se veía una chimenea con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado y junto al fuego,
había dibujada una olla que hervía alegremente y arrojaba una nube de humo que parecía de verdad.
Apenas entró en casa, Geppetto cogió sus herramientas y se puso a tallar y a hacer su marioneta.
—¿Qué nombre le voy a poner? —se preguntó—. Quiero llamarla Pinocho. Es un nombre que le va a traer suerte. Conocí una familia entera de Pinochos: Pinocho el padre, la madre y los hijos, y todos se lo pasaban la mar de bien. El más rico de ellos vivía de pedir limosna.
Cuando encontró el nombre para su marioneta, comenzó a trabajar sin parar y le hizo el pelo, luego la frente y finalmente los ojos. Imaginaos su sorpresa cuando, después de terminar los ojos, se dio cuenta de que se movían y lo miraban fijamente. Geppetto, sintiéndose observado por aquel par de ojos de madera casi se ofendió y dijo con tono enfadado:
—Ojitos de madera, ¿por qué me miráis así?
Nadie respondió.
Entonces, después de los ojos hizo la nariz; pero así que estuvo lista, la nariz comenzó a crecer, y creció y creció hasta convertirse, en poco tiempo, en una narizota de nunca acabar.
El pobre Geppetto se esforzaba en recortarla; pero cuanto más la acortaba y reducía, más larga se volvía aquella nariz impertinente.
Después de la nariz, hizo la boca.
No había acabado aun, que la boca empezaba ya a reírse y a burlarse.
—¡Deja de reírte! —dijo Geppetto molesto; pero fue como si hablara con una pared—. ¡Deja de reírte, te lo repito! —le gritó amenazante.
Entonces la boca dejó de reírse, pero le sacó toda la lengua.