LEEMOS Y ESCUCHAMOS
MATÍAS
Santiago Roncagliolo
Se llamaba Matías y era feo. ¿Tú has visto a alguien muy feo en la vida? Imagina a la persona más fea que hayas visto Pues Matías, mucho Tenía unas orejotas puntiagudas y era muy bajito y narigón, y sus gafas eran tan gordas que sus ojos se veían chiquititos ahí dentro, como dos huecos de nariz.
Ya sabes cómo es el colegio, Todos los chicos contaban chistes sobre Matías, Y aunque él era muy tímido, esto no le preocupaba demasiado. Soportaba bien los apodos y las burlas, a veces incluso con una sonrisa. No le molestaba ser tan feíto, pero se sentía un poco solo, porque todos preferían ser amigos de los chicos más guapos, los que mejor jugaban al fútbol, los más divertidos Y él era tan tímido..., y jugaba tan mal al fútbol…
Después de todo esto, a Matías no le quedaba más remedio que ser estudioso. Le gustaba leer y aprender cosas. Pero sobre todo, le gusta escuchar historias. Algunas noches, cuando se sentía triste, su abuelo le contaba cuentos, siempre con los mismos personajes: el príncipe Guillermo, el brujo Gorgon y el hada Luz. El príncipe era muy guapo, pero el envidioso Gorgon lo convertía siempre en sapo, en murciélago, en examen de matemáticas y en otras cosas horribles Entonces aparecía el hada Luz y lo salvaba. Y juntos derrotaban al brujo.
Las historias siempre eran parecidas, pero a Matías le gustaban porque le hacían olvidar la realidad. En el mundo
de Guillermo y Gorgon, todo terminaba siempre bien, y nadie se burlaba de nadie, y nadie tenía que jugar al fútbol si no quería. Ese era el mundo en el que quería vivir.
El abuelo era genial. Además de contar las historias ponía música y bailaba con la escoba. Cazaba lagartijas y mariposas con una red solo para mirarlas, y luego las soltaba en el río del pueblo. Cocinaba fatal, eso sí. Su plato más exquisito era arroz seco con pedazos de tomate crudo. Pero hasta eso era divertido. Matías siempre había vivido con él, y aunque veía que los demás chicos tenían padres y madres, nunca sintió que le faltase nada.
Hasta que una mañana, en el colegio, un chico le preguntó a Matías:
—Oye, ¿y dónde están tus padres?
—No sé —respondió Matías.
—¿No tienes padres? —dijo el otro—. Todo el mundo tiene padres. —¡Yo también tengo! —se enojó Matías—. Solo que no sé dónde están
—¿Y cómo son?
Matías no supo qué decir.