EL HOMBRE DEL BICENTENARIO
Isaac Asimov (adaptación)
—Gracias —dijo Andrew Martin y se sentó. No parecía que fuese el último recurso que le quedaba, pero lo era.
En realidad, su rostro inexpresivo no mostraba nada, excepto la tristeza de los ojos. Tenía el pelo suave, de color castaño claro, y parecía recién afeitado, muy bien afeitado. Llevaba ropa pasada de moda, pero muy cuidada.
Frente a él, detrás del escritorio, estaba el cirujano. Sobre la mesa había una placa de identificación con una serie de letras y números que Andrew ignoró. Con decirle doctor bastaría. —¿Cuándo llevará a cabo la operación, doctor? —preguntó.
El cirujano contestó en voz baja, con aquel punto de respeto que un robot siempre utilizaba con los humanos.
—Señor, no estoy seguro de haber entendido cómo o a quién se ha de operar.
El rostro del cirujano podría haber mostrado cierta intransigencia respetuosa, si un robot de acero inoxidable con un toque de bronce, pudiera manifestar algún tipo de expresión.
En su trabajo no había tropiezos, temblores ni errores. Evidentemente, eso iba unido a una especialización, tan deseada por la humanidad, que algunos robots ya no tenían un cerebro independiente. Un cirujano debía tener uno, pero este disponía de una capacidad tan limita. da que no reconoció a Andrew. Probablemente nunca había oído hablar de él
—¿Alguna vez ha pensado si le gustaría ser un hombre? —le preguntó Andrew. El cirujano dudó, como si la pregunta no encajara en sus circuitos positrónicos.
—Pero si yo soy un robot, señor.
¿Sería mejor ser un hombre?
—Señor, sería mejor ser un cirujano mejor. No podría serlo si fuera un hombre, en cambio, sí que podría si fuera un robot más avanzado.
—¿No le ofende que yo pueda darle órdenes? ¡Que pueda hacer que se levante, se siente, vaya a derecha o izquierda, solo por decírselo?
—Para mí es un placer complacerle, señor. Si sus órdenes interfieren con mi funciona. miento respecto a usted o a cualquier ser humano, no obedecería, La primera ley, que se refiere a mi deber hacia la seguridad humana, tendría preferencia sobre la segunda, que se refiere a la obediencia. Para mí, obedecer es un ¿Pero a quién debo hacerte esta operación?
—A mí —respondió Andrew.
—Es imposible. Es evidente que se trata de una operación perjudicial. No puedo provocar daños —replico el cirujano. —A un ser humano, no —añadió Andrew—, pero yo también soy un robot.