CAPERUCITA Y EL LOBO
Había una vez una niña a la que le encantaba el color rojo. Y tanto era así que su madre le había regalado una sudadera de deporte con capucha... roja. Y como siempre la llevaba puesta, todos la llamaban Caperucita Roja.

A la mamá de Caperucita le gustaba mucho cocinar y era una gran pastelera. Un día, con la ayuda de Caperucita, amasó un pastel que llevaba de todo: nata, miel, piñones, dátiles... Cuando estuvo listo, dijo mamá a Caperucita:

—Por favor, lleva el pastel a la abuela Nani, pues está enferma y esto la animará. ¡Ah! Y llévale también unas pastas de té y un poco de sandía.

La abuela Nani vivía al otro lado del jardín botánico, así que mamá aconsejó a Caperucita:

—No te entretengas por el camino, y no hables con ningún desconocido.

Caperucita, que además siempre iba escuchando música con sus cascos, entró en el jardín, y no se dio cuenta de que, de repente... ¡Apareció un lobo enorme!

—¿Adónde vas, niña? —le preguntó el Lobo con voz ronca.

—A casa de mi abuelita —le dijo Caperucita—, y no me entretengas que tengo prisa.

Y el Lobo pensó que era mejor zamparse a la niña y a la abuela juntas, y salió corriendo hacia la casa de Nani.

Entró sin llamar y Nani, que se dio un buen susto, se escondió dentro del cuarto de aseo. El Lobo, un poco enfadado por no haber pillado a la abuela, se tumbó en el sofá y se tapó hasta las orejas.

En eso llegó Caperucita que, al ver la puerta abierta, preguntó:

—¿Dónde estás, Nani?