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LEEMOS

LECTURA

EL REY MIDAS

MITO CLÁSICO

Midas fue el rey de Frigia, una región que lo tenía todo para que sus habitantes vivieran con paz y tranquilidad: los árboles estaban cargados de frutos, las flores olían muy bien y el ganado crecía sano y fuerte. El rey Midas también era feliz vivía tranquilo con su hija rodeado de lujo y riquezas.

Un día pasó por aquellas tierras el dios Dionisio, acompañado por sus servidores. Uno de ellos se perdió y acabó dormido en el jardín de Midas. Al día siguiente, Midas lo acogió con gran amabilidad y le ofreció quedarse unos días en el palacio, donde fue muy bien tratado. Cuando el dios Dionisio lo supo, quiso premiar a Midas y fue a verlo. —Te concedo el poder que más desees. Pide, ¿qué quieres?

Midas estuvo pensando un rato. Él ya tenía todo lo que necesitaba, era poderoso y rico y vivía muy bien. Pero había un don que no tenía nadie y esto es lo que pidió:

—¡Quiero que todo lo que toque se convierta en oro!

Y Dionisio se lo concedió. Midas salió al jardín para comprobarlo y cogió una manzana de un árbol. Al acto, la manzana se convirtió en una manzana de oro. Y pasó el mimo con una piedra, una flor ¡Midas estaba loco de alegría!

Pero entonces pasó una cosa terrible: su hija fue a abrazarlo, como hacía cada mañana para decirle buenos días, y ¡la niña se convirtió en una estatua de oro! Midas entró corriendo en el palacio, donde tenía preparado el almuerzo, pero no pudo beber ni comer nada: cada vez que su mano o los labios tocaban el pan o el agua, estos se convertían en oro.

Desesperado, se dio cuenta de su error y fue a buscar el dios Dionisio.

—Sálvame, por piedad! ¡Me he equivocado, me moriré!

Dionisio se compadeció de Midas y le dijo que, si quería perder el don, tenía que bañarse en el río que atravesaba aquella región y que, si deseaba salvar su hija, la tenía que sumergir allí. Así lo hizo, y padre e hija se pudieron abrazar otra vez.

Y esta es la explicación, dicen, de por qué en aquel río se encuentran muchas piedrecitas de oro.

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