LEEMOS Y ESCUCHAMOS
El profesor Lidenbrock ha descifrado un jeroglífico que indica cómo se puede llegar al centro de la tierra. Con su sobrino, se preparan para la aventura.
VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
JULES VERNE
Después de atravesar algunas calles de Copenhague, llegamos ante Vor-Freisers-Kirk. Esta iglesia no ofrecía nada especial. Pero he aquí porque su campanario, bastante alto, había llamado la atención del profesor; a partir de la azotea, una escalera exterior circulaba alrededor de la punta, y sus espirales giraban en el cielo.
—Subamos —dijo mi tío.
—Pero, ¿y el vértigo? —repliqué.
—Razón de más, nos tenemos que acostumbrar.
—Aún así…
—Ven, te digo, no perdamos tiempo.
Tuve que obedecer. Un guardia, que vivía al otro lado de la calle, nos dio la llave y comenzó la ascensión.
Mi tío iba delante con paso ágil. Yo lo seguía asustado y la cabeza me daba vueltas.
Mientras fuimos por el interior de la escalera de caracol, todo fue bien; pero después de ciento cincuenta peldaños, él aire me golpeó la cara: habíamos llegado a la azotea del campanario. Allá empezaba la escalera aérea, protegida por una frágil barandilla. Los escalones, cada vez más estrechos, parecían subir hacia el infinito.
—¡No podré hacerlo nunca! —exclamé.
—¿Tan cobarde eres? ¡Venga, sube! —respondió el profesor sin hacerme caso.
No tuve más remedio que seguirle, cogiéndome muy fuerte a la barandilla. El viento me agobiaba; notaba como el campanario se movía con el viento; las piernas no me aguantaban; no tardé en subir de rodillas y, después, arrastrándome; cerrando los ojos.
Finalmente, mi tío tiró de mí por el cuello y llegué a la cúpula.
—¡Mira —me dijo—, y fíjate bien!
Abrí los ojos, Vi las casas como aplastadas entre la niebla de los humos. Sobre mi cabeza pasaban nubes y tenía la sensación que se estaban quietas, mientras que el campanario y yo nos movíamos a una velocidad fantástica.