ANTES DE LEER
1.¿Y vosotros qué pensáis?
¿Qué regalo os gustaría recibir?
¿Creéis que a todo el mundo le gusta recibir regalos?
¿Qué es más importante: pensar en lo que nos gusta a nosotros o en lo que le gustará a la otra persona?
1.¿Y vosotros qué pensáis?
¿Qué regalo os gustaría recibir?
¿Creéis que a todo el mundo le gusta recibir regalos?
¿Qué es más importante: pensar en lo que nos gusta a nosotros o en lo que le gustará a la otra persona?
EL REGALO
Daniel Nesquens
Esteban estaba enfadado, muy enfadado. El enfado era morrocotudo. ¿Que por qué? Pues porque su padre le había regalado un papagayo. Macho, para más señas.
Tal vez estéis pensando que Esteban no tenía motivo alguno para estar enfadado. Que un papagayo macho de plumaje verde con la cola roja es un magnífico regalo cuando acabas de cumplir los siete años. Pero es que Esteban no quería un papagayo, quería otra cosa, quería un tren. Un tren con una potente locomotora que tirase de los vagones.
Esteban soñaba con pasear el tren por toda la casa. Pondría una estación en su dormitorio, al lado de la estantería llena de libros y de peluches. Otra estación
en el recibidor, justo debajo del mueble de diseño en el que estaba el teléfono fijo. Y otra en el salón, debajo de la mesa de centro.
Pero su padre, claro, todo el día en la oficina, trabajando, diseñando complejas estructuras metálicas, se había olvidado de que su hijo, su único hijo, quería un simple tren. Lo de menos era el número de vagones. Daba igual que la locomotora fuese eléctrica o de vapor, que en vez de vagones de pasajeros tuviese vagones de carga. Su hijo se conformaba con un tren. Un tren de los de toda la vida. De los que van por los raíles, de los que cruzan puentes sobre ríos, de los que atraviesan túneles oscuros, de los que permiten ver el paisaje desde la ventanilla, de los que llegan con retraso...
Su padre ya se había marchado a trabajar. Justo a las ocho y cuarto, como todos los días. Le había despertado, le había dicho: «Felicidades, cariño. Aquí te dejo tu regalo de cumpleaños. Es un papagayo. Te deseo que pases un día estupendo. Estaré de vuelta antes de las ocho. Cenaremos en un buen restaurante italiano. Que llego tarde, hijo». Le dio un beso fugaz en la mejilla, se arregló el nudo de la corbata, y desapareció cargado de carpetas, papeles y preocupaciones laborales.
¿Sabías que morrocotudo es algo muy grande o extraordinario?
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