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Historia inicial

Por sorprendente y fantástica que pareciera, era una noticia redactada entre las páginas de cultura del periódico. No olvidemos que la realidad es la base de la ficción. Por lo tanto, ¿cuál de las dos, realidad o ficción, puede servirnos para novelar una historia, cantar un poema o dialogar dramáticamente con nosotros mismos delante de un espejo?

Imagen 1. Autor: www.Bildtankstelle.de
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Y ahora la realidad era esta: "Jueves. 28/12/1995. Descubren la que podría ser segunda edición de El Lazarillo de Tormes".

Luego vendrían más artículos sobre el tema, su compra por el patrimonio público, su edición. Hasta que algún tiempo después me sorprendió otro artículo: "Lunes, 10-11-2003. Desvelan el misterio de los libros «emparedados» de Barcarrota".

Solía leer la prensa en cuanto abría la puerta de la biblioteca. El repartidor tenía la costumbre de escurrir los diarios por el pie de la puerta hacia dentro. Así que lo primero que me encontraba al entrar era una alfombra de noticias esperando hacerme volar por los cielos de mi particular Magreb, lo mismo que un personaje de Las mil y una noches. Así pude seguir la historia del descubrimiento y su posterior investigación con la vehemencia que todavía guardo entre mis manos que sujetan el periódico y los ojos con los que lo leo.

Con todo, cada noticia que iluminaba el tema me iba adentrando más en esta época de la historia de los hombres. No me esperaba tanto. Tanta información sobre el propietario, sus creencias, su vida. Era algo maravilloso. Como si esta novelita del XVI fuera capaz de seguir generando literatura a su alrededor, como ya lo hizo en su época, erigiéndose patrón de características de uno de los géneros narrativos más seguido por los lectores: la picaresca.

Ese adulto-niño sempiterno, guía de viejo, compasión de escudero y consentidor de arcipreste, ahora volvía a deleitarnos con sus travesuras. Nos hacía levantar de la siesta para acercarnos a la vida, a la realidad de las historias contadas desde los libros. Al hombre en su sentido más humano.

Porque, superada la Edad Media, el ser humano quiere ser centro del universo, a pesar de la oposición de las ideologías y las religiones. Seguramente, Francisco de Peñaranda era uno de esos defensores del ser humano y de su obra. Por esto protegió el ejemplar, encerrándolo entre muros durante todo este tiempo. Prefería eso a verlo arder en la hoguera del Santo Oficio de Llerena. Yo habría hecho lo mismo para que perviviera al propio hombre y pudiera ser leído por otros hombres. Por nosotros. Así, aunque el artículo lo tilda de médico, yo le nombro "Bibliotecario del Renacimiento". Él sabría de primera mano lo que sufrió Garcilaso por amor, cuánto ansiaba la vida placentera Fray Luis de León y todas las anécdotas que ahora solo conocemos por los textos que nos han dejado.

Pero, tal vez, tenga yo aquí, en mi biblioteca, algunas lecturas interesantes al respecto, que nos ayuden a emprender un viaje entre el recuerdo de mi infancia leyendo la obra de Lázaro, una tarde plomiza de octubre, y el deseo de conocer la nueva versión encontrada.