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Historia inicial

Imagen 1. Autor: Felipe Miguel. Licencia: Creative Commons

Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros.

—No —dijo la sobrina—, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:

—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
Capítulo VI de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

Dicen los científicos que el presente dura lo que dura una de nuestras experiencias. Cuando leí por primera vez el Quijote comprendí que mi presente iba a estar ligado al mundo de los libros, a esos que tanto temían el ama y la sobrina del hidalgo, esos libros que hicieron de Alonso Quijano el personaje más entrañable y humano de todos los personajes de papel que en el mundo han sido, esos libros que necesitan de nuestros cuidados, de nuestra ayuda para que no sean olvidados, sean leídos, transmitidos, amados, odiados, ocultados en un estante de la Biblioteca Nacional que se encuentra en la calle México, como fue aquel Libro de Arena que compró Borges a un vendedor de Biblias. Ya, ya sé que esto último no es real, que lo he recordado de unos cuentos del autor de Historia universal de la infamia... Ya, ya lo sé. Como tampoco puede ser real mi historia, por estar ahora escrita.

Pero ¿quién puede afirmar que su vida, su historia, sus experiencias, esas que miden nuestro presente, no es la literatura de un autor al cual no conocemos? ¡Qué chasco si descubriéramos como Augusto, el personaje de Niebla, la novela de Unamuno, que nuestro autor es el que nos mueve los hilos como títere en manos de un volatinero de la pluma o del procesador de texto y que nosotros no somos hombres, sino sueños, sueños de los que te queda una impresión ya conocida! ¿No te ha sucedido vivir lo ya vivido (o lo soñado)? Segismundo, el príncipe, nos lo ha dejado bien escrito a través de la pértiga y el alambre de Calderón.

¿Qué os admira? ¿Qué os espanta?
si fue mi maestro el sueño,
y estoy temiendo en mis ansias,
que he de despertar, y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión, y cuando no sea
el soñarlo solo basta.
Calderón de la Barca, La vida es sueño, Cuadro III.

Pero me estoy desviando del asunto que aquí me traía y que no es otro que la de contar mi vida o mi sueño. No se. No sé.

Ya no soy joven. Hace ya tiempo que dejé de serlo. Estoy en el umbral en el que los años se convierten en zaguán y un paso mal dado te deja fuera de tu propia casa. Mi casa.

Mi casa es esta. Es evidente que no la veis, quiero decir, imagináis. Porque aún no he puesto una palabra sobre ella. ¡Ah, qué importantes son las palabras! Las palabras inmortales, las que sobreviven a todas las experiencias, a todos nuestros presentes:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Blas de Otero, En el principio.

Y a ella me dedico. A ella y a aquel que la acoge como un amante en sus brazos o un padre a su hijo recién nacido. Aquel que la ama y la protege. Ella delicada, distinta cada vez que se pronuncia. Él, firme, perenne, sin tiempo. Él. El libro.

Soy bibliotecario desde hace 35 años en esta biblioteca pública de este pueblo donde tengo mi casa. Esta es mi casa.

Mi biblioteca. Donde cada vez que confundo quién soy, si soy ficción, sueño o persona, abro las obras completas del gran Juan Ramón Jiménez y leo, releo:

Imagen 2. Autor: yavanna. Licencia Creative Commons

YO NO SOY YO

Soy este

que va a mi lado sin yo verlo;

que, a veces, voy a ver,

y que, a veces, olvido.

El que calla, sereno, cuando hablo [...]

Juan Ramón Jiménez, Segunda antología poética.

Y entonces vuelvo a la catalogación, a la clasificación decimal universal, al moderno ordenador, que me ayudan a concretar el género literario, el siglo en el que fue escrito, el autor, el tema… y todo aquello que necesitas saber para llegar a esa palabra que buscas, la que te hará soñar, sentir la vida, que eres real, tan real como yo. Y que la literatura es la vida y vivirla es también leer la vida que tantos personajes han vivido.
La literatura es eso. Y conocerla me hace a mí estar vivo. Por eso quiero guiarte a través de ella, para que la conozcas y te conozcas a ti mismo. Cuando tengas dudas, cuando no sepas en qué balda puedes apoyar tu mano izquierda para examinar el volumen que buscas con la derecha, acércate a mi mesa. Pregúntame. No hace falta que conozcas mi nombre. Entonces empezaremos a compartir la historia. Nuestra historia...